En la época de Francisco Franco, el castellano fue declarado lengua oficial. Es decir, sólo el castellano podía representar a España: era el único idioma nacional. Para crear la ilusión de unidad nacional, las lenguas minoritarias que existían en esta época fueron reprimidas hasta la glotofagia —el genocidio lingüístico—. El régimen franquista quería que la gente que hablaba estas lenguas minoritarias las olvidara, que se borraran de la memoria colectiva. La represión franquista fue legalizada y reforzada por la actitud del gobierno, que insistía que esas lenguas no eran verdaderamente “lenguas” sino “dialectos” del castellano, o, en cuanto al euskara (que no tiene ninguna relación con la familia lingüística del castellano, el catalán y el gallego), que se trataba de un idioma completamente inferior al castellano. Quien hablaba estos idiomas era víctima de burlas. Después del régimen franquista, se reconoció estos tres idiomas como idiomas cooficiales, pero el daño que fue hecho se queda. Hoy en día, todavía hay protestas y movimientos a reconocer la validez de estos tres idiomas y subirlos al mismo nivel de poder en que se queda el castellano, pero los movimientos no tienen mucho éxito —el castellano es idioma dominante—. Las lenguas minoritarias todavía son marginadas, y hay demasiadas creencias malinformadas en el discurso sobre ellas. Respetar a la diversidad lingüística es parte importante de reconocer a la historia y la gente multicultural de España, que forman parte grande de la identidad nacional.